Era sábado, hacia frio y la noche te evocaba todas esas cosas que una noche de verano no te evocan. No sé si será el comienzo del invierno que trae consigo el fin del otoño, lo cual considero un momento muy nostálgico, o simplemente la buena compañía que invita a charlar. Estábamos con Adriana y María, en casa de la primera. Una cosa llevaba a la otra mientras conversábamos, y no pude evitar detenerme en un tema al cual, jamás le había prestado atención.
Qué tristeza se siente cuando te das cuenta de algo que pasó, y no te diste cuenta en el momento, tu corazón se siente desconsolado; no por la tristeza de no tenerlo, sino, más bien, por la tristeza de darte cuenta de que paso y no te diste cuenta. ¿Por qué digo esto? – Y me lo sigo preguntando – Creo que es debido a que me afecto como un mazazo directamente a los dedos.
Digo todo esto, redundando y sin llegar a la conclusión, porque no me animo en realidad a decirlo, o no me lo quiero creer. El hecho es que el desconsuelo que sentí, al darme cuenta de lo que me produce, el descubrir que algo que te inspiraba (ya sea alegría, odio, bronca, jubilo, ganas de escribir, pintar, dibujar, fotografiar, etc.) ya no lo hace. La indiferencia hacia una musa es lo que me sentó como una plomada en el estomago. Entonces afirmo, que lo peor que una musa puede inspirar, es indiferencia.
Hay muchas cosas tristes en la vida, es verdad, pero para un soñador, hay muchas que pasan de ser percibidas. Pero la perdida de una musa, no lo hace (o no debería hacerlo), y lo más triste es que me paso y no me di cuenta de que eso pasó, hasta que paso, y me entristeció.
De cualquier modo, creo que fue mejor así, porque no luchas por aferrarte a una musa “pasada de moda”, cuando te das cuenta tarde, no luchas contra lo inevitable, simplemente lo aceptas con la mejor cara que podes.
Supongo que es algo inevitable, algo que nos debe pasar a todos, pero me llamo a darme cuenta cuando eso vuelva a pasar.